El conflicto mapuche en el sur de Chile*

21 08 2009

José Bengoa

Frente a los hechos que ocurren en el sur de Chile en Agosto del 2009, y la muerte de un joven comunero mapuche, puede ser de utilidad volver a publicar un artículo que permite dar un mayor contexto a la situación mapuche.

Los Mapuches son el pueblo indígena más numeroso de Chile. Casi un millón de personas se consideran miembros de esa cultura. La Historia del país es inseparable de la Historia Mapuche. Los españoles los denominaron Araucanos y la voz la hizo famosa el poeta Alonso de Ercilla y Zúñiga. Habitaban a la llegada de los españoles un enorme territorio desde los valles al norte de lo que hoy es la capital de Chile, Santiago, hasta donde comienzan las islas del Sur, el Archipiélago de Chiloé. Hoy, habitan en comunidades rurales en el sur de Chile y en menor medida en el sur de Argentina y muchos han migrado a las ciudades. Es un pueblo con una fuerte identidad y que mantiene vivas la mayor parte de sus tradiciones y su lengua.

La sociedad chilena del siglo veintiuno no ha resuelto aún su relación con la sociedad mapuche. El pueblo originario de Chile sigue siendo el grupo social mas discriminado, pobre y marginalizado del país. A pocos años del Bicentenario de la República sigue siendo una “asignatura pendiente”. El Estado y la sociedad se encuentran en una encrucijada, o continuar con la política de intolerancia, represión, violencia y conflicto que ha caracterizado largos períodos de la Historia de Chile y concretamente los últimos diez años, o encaminarse a superarlo por la vía del diálogo, del respeto mutuo, del reconocimiento, de la reparación del daño histórico cometido. Chile a pesar de tener una imagen de país moderno tiene en la cuestión mapuche un conflicto no resuelto. Es el único caso en que existen alegatos por violación a los Derechos Humanos en los tribunales e instancias internacionales. Para muchos es el problema social mas complejo que tiene el Estado y la sociedad chilena actual .

Los orígenes del conflicto

Por cierto, las ideas que circulaban en Santiago a fines del siglo diecinueve, no eran proclives a la comprensión y valoración de la vida que llevaban en el sur del país los llamados araucanos. Don Diego Barros Arana, sólo por citar a uno de los intelectuales más destacados de la segunda mitad de siglo, se había imbuido en las ideas evolucionistas que prendían fuego a la intelectualidad europea. Carlos Darwin había recorrido el mundo, incluso había estado en Chile, y enseñaba que las especies habían evolucionado desde lo inferior a lo superior. Más aún, establecía la relación —hasta ese entonces sacrílega— entre el mundo de los animales y el ser humano. El evolucionismo se impuso entre la gente culta, entre los intelectuales de fines del siglo, entre los librepensadores principalmente. Darwin en su viaje por el sur de Chile señala:

“Tan pronto como desembarcamos parecieron un tanto alarmados los salvajes pero siguieron hablando y haciendo gestos con mucha rapidez. Este fue sin duda el espectáculo mas curioso e interesante a que he asistido en mi vida. No me figuraba cuán enorme es la diferencia que separa al hombre salvaje del civilizado; diferencia en verdad, mayor que la que existe entre el animal silvestre y el doméstico; lo que se explica por ser susceptible el hombre de realizar mayores progresos”

Su encuentro circunstancial con un pequeño grupo de indígenas, fue determinante para la construcción de las ideas en la segunda mitad del siglo diecinueve tanto en Chile como en todo el mundo que siguió las opiniones del naturalista. Habían cambiado las ideas y las miradas de los europeos acerca de los indígenas. Porque Rousseau, en los años anteriores a la revolución francesa, hablaba del «buen salvaje». Pero ése había sido el siglo dieciocho. En nuestro país, Chile colonial aún, Juan Ignacio Molina, conocido como el abate Molina, uno de los intelectuales más brillantes que ha dado esta tierra, apreciaba a los indígenas como personas casi perfectas. Sus relatos acerca de los araucanos, sus descripciones de sus fiestas, actividades religiosas, y en especial de sus juegos, nos muestran una sociedad casi utópica, siendo la expresión máxima de la mentalidad de esa época anterior al evolucionismo darwinista. Molina vio en los araucanos a los primeros chilenos, los nacidos en la tierra; igual que él, crecido entre mar y cordillera y luego exiliado, tras la expulsión de los jesuitas, a Italia, a Bolonia, en cuya universidad enseñó y donde murió pensando en su patria.

Los llamados patriotas miraron aún con ojos románticos a los araucanos. Es interesante analizarlo, aunque no sea más que brevemente. Vieron la necesidad de encontrar antecedentes históricos en su lucha independentista contra España, y la encontraron en los araucanos. O’Higgins, el fundador del Estado en Chile, particularmente, tenía una relativa familiaridad con los mapuches. María Graham, una viajera norteamericana que visitó Chile en los primeros años de la Independencia, nos ha dejado una anécdota ocurrida en el Palacio de Gobierno, donde el Director Supremo tenía viviendo un grupo de niños y niñas mapuches. Habiendo entrado los niños en la sala donde se encontraban, O!Higgins, les habría hablado en su lengua, dice la viajera, señalando de este modo que sabía a lo menos algunas palabras en mapudungun, la lengua de los mapuches. Lo cierto es que los primeros independentistas tenían una visión positiva de los antiguos araucanos.

Justo al iniciarse la República, se produjo el primer desentendimiento entre el recién nacido Estado chileno y los mapuches. Éstos, los mapuches, no se habían independizado de España. La Independencia no los había involucrado, era asunto de criollos. Los araucanos del sur incluso temían más a los nuevos ocupantes del gobierno de Santiago que a los antiguos. No les faltó razón. Los antiguos gobernantes españoles les respetaban sus fronteras y realizaban cada cierto tiempo parlamentos con ellos, en que se le reconocían sus fueros. A los nuevos no los conocían, y se les notaba en los ojos su ambición. En el origen del Estado Republicano se encuentra esta contradicción, que perseguirá quizá la historia de Chile: por un lado, patrióticos discursos en torno a la «valerosa sangre araucana»; por el otro, un comportamiento de enfrentamiento, discriminación y conflicto.

La frontera se mantuvo en el período posterior a la Independencia. Las ciudades de Chillán y Concepción eran las más cercanas a la frontera del río Bio Bio. Había un ejército fronterizo heredero del tiempo colonial español y numerosos personajes encargados de las cuestiones fronterizas. Existía un comercio muy activo que se incrementó en los inicios de la República. Poco a poco comienzan a “infiltrarse” mas allá del río Bio Bio, que era la frontera, numerosos colonos y personajes aventureros. En 1851 una insurrección mapuche ocurrida en el contexto de la Guerra Civil de ese año, condujo nuevamente a la destrucción de Angol, la más importante ciudad al sur del río.

Desde Santiago, a los araucanos se los miraba con conmiseración. Eran vistos como seres primitivos, salvajes; a lo más, bárbaros. En esas tierras del sur de Chile no había llegado aún la civilización, se decía. Eso lo pensaba toda la sociedad chilena de Santiago y sus alrededores. No había una voz discordante. Los misioneros italianos en ese entonces, abogaban por un buen trato al indio, pero no opinaban que fuesen civilizados; más aún, en sus escritos señalaban sus imperfecciones, en particular la poligamia, la bebida, el alcohol. Después de la Independencia de España, el Gobierno de Chile había expulsado a muchos misioneros españoles y buscó en Italia sacerdotes capuchinos para que fuesen al sur. Estos fueron activos defensores de los mapuches en el período más difícil de fines del siglo diecinueve.

A partir de los años cincuenta del siglo diecinueve llegaron los primeros colonos alemanes a Valdivia, en el sur de Chile. Al poblarse de alemanes la zona austral, la suerte de los mapuches quedó sellada. Se encontraron entre dos fuegos expansivos. Por el norte era la República de Chile agrícola y hacendal que requería más tierras de labranza. Por el sur era la colonia alemana exitosa, industrial, modelo de lo que debían ser esas tierras maravillosas. No había, en esos años, espacio para pensar en otras alternativas. Los mapuches aprisionados entre dos fuegos se encontraron inermes frente al proceso de colonización que se les venía encima. Respondieron con la dignidad y el honor, rebelándose hasta la última batalla que dieron el 4 de Noviembre de 1881 contra el ejército chileno.

En abril del año 1879, el General Julio Argentino Roca al mando de “cinco columnas de las tres armas del ejército entraron simultáneamente en la Pampa y en un año barrieron veinte mil leguas de desierto”. En el lado chileno se le denominó la “Pacificación de la Araucanía” y en el argentino, “Campaña del desierto”. Fue una operación coordinada que atrapó a los mapuches entre dos fuegos.

Junto con las tropas llegaron los agrimensores. Se medía la tierra para acoger a los colonos. Una parte mínima sería para “radicar” a los indígenas. El proceso de radicación, reducción y entrega de “títulos de merced” o gratuitos, ocurrió entre los años 1884 y 1929, esto es, durante 45 años. Llegaron colonos de diversas partes del mundo a la Araucanía, españoles en la localidad de Lautaro, suizos en Galvarino y Traiguén, boers que formaron la colonia Nueva Transvaal en Gorbea, Un empresario italiano de apellido Ricci intentó formar varias colonias y logró traer migrantes de su país a unos cerros cerca de Lumaco, lugar que denominó Capitán Pastene, en honor del marino italiano que acompañaba a Pedro de Valdivia. La denominó la Colonia Roma, y el lema que usaba era el de Alberdi que decía “Colonizar es poblar, poblar es enriquecer”. El empresario de colonización prometía un paraíso, ya que competía con quienes invitaban a «hacer la América» en Argentina, Estados Unidos y otros probados países de promisión. Los migrantes viajaban en barco hasta Valparaíso, donde se los esperaba. Allí tomaban el tren que los conducía hasta Angol, y luego seguían en largas caravanas de carretas. Fotos de familias llegando a Valparaíso, vestidos con los trajes de fiesta de los pobres de la Europa de ese tiempo; las mujeres con sombreritos menudos, los hombres con el sombrero alón. La sociedad de Santiago veía con buenos ojos la llegada de esos inmigrantes de Europa. El desarrollo del sur de Chile se trasladaba en esas carretas cubiertas de carpas blancas. Traerían “la civilización” se pensaba en esos años, en que Chile miraba en forma insistente hacia Europa.

El conflicto territorial se inicio desde el comienzo. ¿Qué había ocurrido? Los Títulos de Merced otorgados a los indígenas establecían límites imprecisos. Los remates de tierras a los nuevos colonos se realizaban sobre el papel de los planos. Líneas rectas y trazos cuadriculados, dibujados con regla en una oficina lejana, pasaban por encima de cerros, ríos, valles y todos los accidentes del terreno. Cada cuadrado tenía un número. Se pueden ver los planos del sur de la época: un territorio cuadriculado. Nada correspondía a la realidad de la topografía. Los extranjeros que llegaban y los chilenos o «nacionales» remataban esos «predios virtuales». Algunos nunca fueron al lugar o siquiera pudieron encontrar el lugar rematado. Otros fueron a ver lo rematado y se encontraron con una comunidad indígena viviente. En las primeras décadas del siglo veinte «se perdieron» más de seiscientas comunidades que tuvieron Títulos de Merced. Las propiedades se van ampliando hacia las comunidades. Es un largo y complejo proceso de expansión de la gran propiedad en desmedro de la pequeña propiedad. Los mapuches las denominan las «tierras usurpadas». Son aquellas tierras que les fueron entregadas por el Estado en los Títulos de Merced y que luego, con presiones y artimañas legales, les arrebataron. Todos saben esas historias. Los unos conocen a quienes les quitaron la tierra, y los otros saben muy bien que fueron mal habidas.

Se enfrentaban una sociedad ágrafa, en que valía la palabra empeñada, y una sociedad que arrebataba las tierras mediante la argucia de la «propiedad inscrita». Fue una cadena interminable de usurpaciones. Alguien creerá que nos referimos a tiempos muy antiguos. Nada de eso. Las notarías han seguido funcionando en el sur de Chile hasta hoy.

La complejidad del conflicto…

Cautín ardió el año setenta y uno del siglo veinte. Se produjo una situación compleja en esos días. En la comuna de Lautaro, enero de 1971, se producían las tomas masivas de las propiedades de los descendientes de los colonos y en la capital provincial, la ciudad de Temuco se realizaba el segundo Congreso Nacional Mapuche. El recién elegido Presidente Salvador Allende asistía al Congreso demandando tranquilidad y prometiendo una nueva Ley Indígena, que recogiera las demandas territoriales.

Por cierto que los dueños de fundo de la zona no miraban con buenos ojos lo que allí estaba ocurriendo. Los descendientes de colonos españoles, alemanes, suizos, italianos y chilenos por cierto, acostumbrados a mandar no se quedaron tranquilos. Movieron su gente, se armaron, corrieron por el campo en sus camionetas. Vieron en los Maripe, Chihuailaf, Mariqueo y otros dirigentes a Lenin, Trotsky, y Stalin. Allí se complicaron las imágenes. Unos y otros creyeron ver lo que no eran. Los jóvenes de Lautaro jugaron a ser guerreros y los latifundistas de Lautaro creyeron que había guerreros, guerrilleros, soviets armados como en Petrogrado el año diecisiete. Lamentablemente para unos y otros, para todos, los fantasmas llenaron las mentes. Hay que decirlo una y otra vez. Las imágenes nublaron la vista de las personas, de los grupos. Cada cual asumió un papel en la tragedia.

Las tomas de fundos fueron mucho mas un intento de los indígenas de recomponer la comunidad destruida en la ocupación de la Araucanía menos de cincuenta años antes. Fue un intento de volver a las raíces, a la época en que las tierras eran de ellos. Fue una reconstrucción de la comunidad perdida. Por eso fue tan fuerte esa movilización. Tocó la fibra más profunda del pueblo mapuche: retornar a la vida verdadera destruida por la colonización. Por eso cuando vieron la posibilidad de salir de sus reducciones y ampliarse a las tierras que les pertenecieron a sus abuelos, lo hicieron.

Las movilizaciones del período de Allende fueron quizá la última batalla de los mapuches junto a los chilenos. Ahí aún se apostó a la “alianza obrero campesina”, a la lucha conjunta entre los chilenos por la revolución y el socialismo y los mapuches por recuperar su comunidad ancestral. En el inconciente colectivo indígena había la convicción de que la izquierda era capaz de entregar espacios a la recuperación de su sociedad. Esa idea sucumbió con el Golpe de Estado. A partir de allí los mapuches cada vez creen menos en las alianzas y confían más en sus propias decisiones.

La Dictadura Militar centró sus políticas en la división de las tierras. Las comunidades divididas podían legalmente solicitar créditos, hipotecar el suelo y funcionar con todas las reglas del mercado. Posiblemente algunos lo hicieron. Pero en términos generales la situación de las tierras divididas no fue diferente, después de cincuenta años, en nada de las tierras no divididas. La comunidad de tierras, en cambio, permitía un uso más flexible de los recursos, lo cual frente a la escacez existente era importante como medio de subsistencia y solidaridad. Pero las consecuencias de esta política fueron muy grandes. Se pauperizó aún mas la sociedad mapuche rural, aumentaron en la década de los ochenta las migraciones a Santiago principalmente[1]. Pero la principal consecuencia fue en el terreno político. Se inauguraba en esos años un nuevo discurso indígena marcado por la separación del mundo mapuche del mundo winka, como se designa en lengua indígena a los chilenos. Esa fue la consecuencia mayor de los hechos ocurridos en el período de los setenta con la división de las comunidades. Los ochenta y noventa estarán marcados por la diferencia entre mapuches y chilenos. El despojo condujo a acentuar la visión de la distancia, de la separación, de la exclusión.

El conflicto en democracia…..

Comenzaba la democracia post pinochetista en Chile el año 1990. La Reforma Constitucional, fue enviada por el Presidente Aylwin al Parlamento según lo había prometido en Nueva Imperial y fue rechazada. La mayoría de la derecha señaló que no podía en Chile haber dos pueblos, el chileno y el indígena. “Un pueblo, una Nación y un Estado”, señalaron, remarcando el carácter unitarista del Estado y subrayando el sistema republicano mas anticuado y conservador. Algo semejante le ocurrió al Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes. Este es el principal tratado internacional que favorece los derechos de los indígenas. Fue votado favorablemente por Chile pero se requería y se requiere, su ratificación por parte del Parlamento para que fuese ley de la República. Fue enviado por el Gobierno el año 1991 al Parlamento y recién el año 2009 ha sido aprobado.

Los dirigentes mapuches sintieron que estos dos rechazos del Parlamento constituían un mensaje claro de la sociedad chilena hacia la sociedad indígena. No se la reconoce más que como individuos, beneficiarios de leyes especiales. No hubo reconocimiento como colectivo humano con historia, como Pueblo. En la ley especial que se dictó sobre indígenas, se usó la palabra «etnia» para definir a estas agrupaciones humanas, lo que es absolutamente impropio, ya que la legislación internacional los define como “Pueblo”.

Finalmente a fin del año noventa y tres, terminando el gobierno de Aylwin fue aprobada una nueva «ley indígena» sin Reforma Constitucional. La ley indígena iba a ser, por primera vez, ejecutada por los propios indígenas. Una camada de jóvenes profesionales estaba preparada para ponerla en funcionamiento. Habían tenido experiencias de gestión en el ámbito de los programas de las organizaciones no gubernamentales. Comenzó lentamente el año 1994, el proceso de construir una nueva institución del Estado, administrada por los propios indígenas. Era una experiencia única, no solo en Chile sino en América Latina. No se trataba de las instituciones indigenistas mexicanas a cargo de antropólogos. Esta vez comenzaba el desafío de que los indígenas estuviesen a cargo de las políticas indígenas. Contaban con una ley, con un presupuesto que si bien no era muy grande anteriormente no existía. Antes no había Fondo para comprar tierras a las comunidades y había que ponerlo en funcionamiento. Había que idear todo, crear todo de la nada. Difícil tarea sin duda. Los enemigos externos se transformaron en internos y los conflictos se multiplicaron.

Pero lo que vino a complejizar en exceso la puesta en marcha de este experimento de cogestión indígena fue la construcción de la represa de Ralco. ENDESA la empresa eléctrica chilena, ahora en manos españolas, había ideado un proyecto de siete centrales hidroeléctricas en la cuenca superior del río Bío Bío. La primera había sido Pangue y la segunda era Ralco que dejaba bajo las aguas a decenas de familias de las comunidades Quepuca Ralco y Ralco Lepoy. Las permutas de las tierras que iban a ser inhundadas debían ser aprobadas por el Consejo de la Corporación de Desarrollo Indígena, CONADI, recién instituida por la ley de 1993. De lo contrario no eran válidas ni por tanto se podía comenzar a construir la represa. Los consejeros y el Director Nacional mapuche votaron negativamente y rechazaron el Estudio de Impacto Ambiental preparado por la empresa, ya que según ellos, se oponía a la ley indígena. A partir de esa toma de posición comienza un proceso de desgaste que culminará con la destrucción prácticamente de esa institución. Al primer Director el Presidente de la República lo removió por no dar paso a las permutas de tierras que posibilitarían el traslado de las familias indígenas y al segundo Director, nombrado en su reemplazo, le ocurrió igual suerte. La legitimidad de la institución como mediadora de los conflictos indígenas quedaba seriamente dañada. La vía institucional se veía cuestionada por el propio Estado.

El Conflicto Forestal….

Fortín Mininco tituló el Diario El Mercurio en el mes de Abril de 1999 un ataque, según el periodista, realizado en la noche por un grupo de mapuches al campamento en que dormían los obreros forestales de la empresa Forestal Mininco, en el Fundo Santa Rosa de Colpi. La televisión mostraba escenas en que la comunidad de Temulemu se dirigía a invadir las faenas de la Empresa Forestal. Jóvenes mapuches, viejos caciques, mujeres y mucha gente entraron en la madrugada al Fundo. Las comunidades de Temulemu y el Pantano demandaban cincuenta y ocho hectáreas que habrían sido apropiadas hace muchos años, y que luego pasaron de mano en mano hasta llegar a la actual empresa forestal propietaria. El corresponsal del Diario El Mercurio habló de un nuevo Chiapas en el sur de Chile. Los fantasmas recorrieron el imaginario nacional una vez más, y en Santiago tocaron campanas a vuelo, anunciando una nueva “insurrección araucana”. Las mismas campanas coloniales que por siglos habían visto venir al enemigo desde el sur.

Por cierto que las cosas se caldearon en el sur, como se habían caldeado muchas otras veces a lo largo de siglos. Se incendiaron bosques de pinos, vino la policía y ….piedras van y piedras vienen… El Estado los acusó de “terroristas” y apresó a los cabecillas y los sometió a juicio. Fue un juicio inicuo. El Juzgado de Angol donde se estaba produciendo el alegato determinó que no procedía que el Cacique Aniceto Curín y su gente fueran sentenciados por terrorismo. Los absolvió. El querellante era el dueño del fundo y profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. El juicio fue revocado y se realizó uno nuevo. Es la primera vez que en Chile se utilizaron “testigos sin rostro”. Unos encapuchados declararon que habían visto a los vecinos acarreando bidones de bencina. Los líderes fueron a parar a la cárcel. Mas adelante condenaron a toda la cúpula, supuesta cúpula, de la organización que se autodenominaba “Coordinadora Arauco Malleco”. Se usó el mismo fallo. Estos recurrieron a las cortes sin llegar a ninguna solución y luego fueron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos la que declaró en el año 2007 “admisible” el caso, señalando que debería pasar a la Corte Interamericana de Justicia. Era evidente para los jueces internacionalistas que no se había cumplido el “debido proceso” y que las acusaciones eran torcidas.

La expansión forestal fue el foco que desató el conflicto reciente y la escalada que acá hemos someramente descrito. “Se dice” que lo único que se puede hacer en esas regiones, es forestar. El tipo de plantación de pino o eucaliptus que hoy se utiliza en el sur del país es incompatible con la vida humana, con los caseríos, con las poblaciones humanas. No son bosques amables, son plantaciones forestales. Se prepara el terreno limpiándolo de todo otro vegetal y muchas veces bombardeándolo con plaguicidas, insecticidas y mata malezas. Sobre ese suelo se hacen los hoyos y se plantan los pequeños árboles muy juntos unos de otros. El bosque crece tupido y nada se desarrolla junto o dentro de él. Por si las liebres y conejos se comiesen los brotes, muchas veces se los envenena para que así en el contacto envenenen a los otros animales. Incluso en el último tiempo se ha llevado pumas, leones, para que los contengan. Si durante el crecimiento se descubre alguna plaga, se fumiga con aviones. En fin el predio está cerrado con alambres de púas y los portones con gruesos candados.

Las comunidades aledañas a esas gigantescas plantaciones no obtienen beneficio alguno y por el contrario perjuicios múltiples. Las napas de agua que sirven para sus vertientes y pozos se pierden ya que esas gigantescas masas vegetales exigen mucha agua. Son una suerte de esponja que chupa agua a kilómetros a la redonda. Los campos de los campesinos se secan y cada día les es más difícil realizar sus labores agrícolas..

En el sur las empresas han plantado bosques en lugares donde hasta hacía poco se realizaba agricultura. Hoy día en esas tierras crecen calmadamente millones de pinos y eucaliptus que no dan trabajo a nadie, salvo algún guardia, y que tampoco darán trabajo a “la cosecha” ya que la actividad está de tal modo mecanizada que entrará una máquina, y cortará de modo eficiente ese enorme bosque. Chile es uno de los mayores exportadores de celulosa del mundo. Por ello decimos que ese modelo forestal es altamente rentable, no nos cabe duda, pero es una agresión a la gente que allí vive.

En el origen del conflicto indígena están los elementos históricos que hemos contado y estos nuevos antecedentes que aquí estamos consignando. Los jóvenes mapuches de la zona sur se han preparado para llevar a cabo planes de desarrollo en sus comunidades y se encuentran ante dificultades de toda naturaleza de parte de las empresas, del modelo de desarrollo imperante y del Estado. Plantean la creación de espacios de autogestión donde se posibilite el desarrollo de sus experiencias. A ello le llaman “territorios” y el sistema de gestión indígena, “autonomía”. Autonomía para poder decidir, para poder actuar y para salir con medidas prudentes y adecuadas del subdesarrollo en que se encuentran las comunidades. Los avala nada menos que la reciente Declaración Internacional de los Derechos de los Pueblos Indígenas, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el pasado septiembre del 2007. Su lenguaje e ideario no es ni más ni menos lo aprobado el 16 de septiembre por la Asamblea General. En el conservador Chile postdictadura, esto es considerado subversivo.

El año 2001 el Presidente Ricardo Lagos ante el curso que tomaba el conflicto mapuche del sur, formó otra “comisión”. Se la denominó “Comisión de Verdad histórica y Nuevo trato” y la presidió el ex Presidente de Chile, Sr. Patricio Aylwin. Se trataba de revisar la historia del país en su relación con los indígenas, no solo los mapuches, para lo que se convocó ampliamente a muchos sectores, quienes gustosos participaron en esos trabajos. Finalmente se pretendía entregar ideas de lo que debería ser el “Nuevo Trato” entre el Estado y los Pueblos Indígenas. Después de casi dos años de funcionamiento se le entregó un informe completo al Presidente de la República. En ese informe se proponían diversas medidas para entregar a los indígenas y en particular a los mapuches cuotas superiores de “soberanía”, autogestión territorial, descentralización de los gobiernos locales, etc… Se planteaban sistemas de participación directa en el parlamento chileno, mediante cuotas especiales. Se establecía un mecanismo jurídico para resolver casos de disputas de tierras. Era un importante avance en términos de derechos políticos indígenas. Lamentablemente no había en Chile condiciones para “escuchar” o “leer” estas propuestas. La prensa acusó a la Comisión Aylwin de “despilfarro de papeles” y se mofó de sus resultados. El informe fue olvidado en algún cajón de un escritorio perdido. El inicio del siglo veintiuno comenzó con una nueva Comisión fracasada.

Los jóvenes mapuches han ido adquiriendo conciencia de ser un pueblo diferente al chileno. No significa que al mismo tiempo no sean chilenos. “Los mapuches por cierto que sabemos gozar y aplaudimos los goles de la selección de fútbol chilena”, nos dijo un día un sabio maestro del lago Budi que plantea con fuerza la necesidad de establecer un régimen político especial para esa zona del sur de Chile.

La sociedad chilena sabe muy bien de la existencia y reivindicaciones de los mapuches. Acepta su existencia parcial y delimitada al ámbito de sus expresiones culturales, pero no acepta sus reivindicaciones territoriales y políticas, esto es, el centro de sus demandas modernas. Hipotéticamente habría que decir que el Estado chileno además de ser muy fuerte es muy centralizado y expresa una voluntad, no siempre realista, de intransable homogeneidad política y cultural. Desde su origen no ha aceptado la diversidad étnica y la ha visto como un fenómeno que debilita la Nación. Es por ello que la clase política ha rechazado una y otra vez reconocer en la Constitución de la República la existencia y derechos colectivos de los Pueblos Indígenas.

Fronteras étnicas…

El conflicto étnico del sur de Chile está provocando un proceso de endurecimiento creciente de las fronteras étnicas. Una separación cada vez mas profunda entre quienes adhieren a una pertenencia indígena y quienes no. La discriminación existe, lo sabe todo el mundo, porque hay discriminadores y discriminados. Los indígenas están en la situación en que están porque existe una sociedad determinada, con colonizadores y colonizados. La construcción de barreras, fronteras, murallas y la liquidación de los sistemas de mediación, conduce solamente a la exclusión. Esto ha conducido a un lógico endurecimiento de la etnicidad por parte de los propios indígenas.

Este proceso de endurecimiento de las fronteras va acompañado de una suerte de cultura sacrificial. No es extraña a la cultura mapuche desde sus orígenes. La valentía va unida al sacrificio personal.

Un dirigente desde la cárcel señala:

“Todo esta interrelacionado. La lucha por la reconstrucción del Pueblo Mapuche, es la lucha por el “rakiduam” (memoria), y el “kimún” (sabiduría).  La resistencia en contra de la devastación del “medio natural”, es por el rescate del itrofil mogen (espíritu de la tierra)  y es,  a la vez, la única  forma de  fortalecer la espiritualidad mapuche.  En la medida  que se vaya recomponiendo nuestro mundo, nos iremos reencontrando con la esencia mapuche, el ser mapuche.  Esto dará mayores grados de identificación, consecuencia y compromiso hacia lo nuestro, lo que en definitiva hará nacer nuevos guerreros.  Nuevos guerreros,  de la misma calidad de aquellos antiguos,  que estén dispuestos, como ayer, a defender el territorio, la independencia y la cultura.  Sólo así Gnegechen, (Dios Creador) estará cada vez más presente”

.

No todos los militantes del movimiento indígena piensan y actúan de la misma manera. Hay una gradiente desde estas posiciones, hasta quienes buscan a través de la institucionalidad chilena espacios para el desarrollo de sus demandas. Son muchos los sectores mapuches, sobre todo intelectuales, que ven imposible una estrategia absolutamente autónoma para el logro de sus objetivos. La oposición terminante del Estado a las reivindicaciones políticas indígenas, unida a la represión al ala más radical de su dirigencia, y a la entrega de “proyectos de desarrollo”, en algunos casos cuantiosos, provoca una situación muy compleja. Muchas divisiones internas en el movimiento. Es por ello que algunos sectores mapuches optan por encontrar espacios independientes, no necesariamente autónomos, en el ámbito político electoral, político institucional (municipios por ejemplo), político cultural, lo que es muy importante y se percibe en la actualidad. La experiencia de los Alcaldes mapuches elegidos en comunas, Municipios, de la Región de la Araucanía, muestra que este camino es también posible y un Partido político exclusivamente mapuche se apresta a concursar a las nuevas elecciones. Por cierto que hay muchos mapuches que participan en la institucionalidad estatal chilena, en los organismos indigenistas, en los partidos políticos tanto de derecha como de centro e izquierda. Lo que no cabe mucha duda es que los sectores mas movilizados, los que están en las cárceles expresan el ideario mas autónomo y por tanto menos contaminado y siguen siendo un punto ético y político de referencia a pesar de las diferencias tácticas del movimiento.

Conclusiones…

Podríamos trazar para concluir, los momentos teóricos del conflicto de las relaciones interétnicas en el Chile contemporáneo. Son teóricos por que se repiten en forma sucesiva y circular. El primer momento es el de la colonización. La imagen colonial exige desde el poder que el indígena sea sumiso, “respetuoso” de la autoridad. Es el “indio aceptado” como señala José Marimán un destacado intelectual mapuche. Quienes se comportan de ese modo, son los “verdaderos mapuches”. Se les saca fotos, se los hace bailar en las ceremonias oficiales y se dicen frases ingeniosas como “qué interesante la cultura mapuche”. Es el indígena aceptado por el estereotipo colonial. Hay un segundo momento teórico que es el de “la rebelión del sujeto”. Se inicia ya no un proceso encubierto de crítica y resistencia sino uno de carácter abierto. En Chile es evidente el proceso de “emergencia mapuche” en que se ha producido una ruptura de esa imagen colonial y folklórica: el joven no asiente “respetuoso” y levanta la voz, reivindica sus derechos. En un tercer momento se produce el desencuentro, los espacios que abre la sociedad son solamente al mundo indígena aceptado y no al mundo indígena emergente. Se inicia una espiral de incomprensiones, “¿Quiénes son estos que antes no eran así?”. Se radicalizan las posiciones. La sociedad regional heredera de los colonos llegados el siglo veinte, se asusta, y el Estado se enfrenta policialmente a los nuevos hechos. Los indígenas, algunos, se radicalizan y del hablar fuerte se pasa a acciones fuertes. No es fácil determinar cuál es el antes y el después. La acción a veces es vista como la causa de la reacción. La represión policial por su parte, quizá inicialmente contribuyó a profundizar las acciones y a endurecer las fronteras étnicas. También a inhibir al movimiento indígena, a desunirlo, dispersarlo, fragmentarlo, no lo sabemos. Son procesos múltiples y complejos. Es una espiral como se dice normalmente. Culpar a la acción de lo que ocurre en su reacción, como ha estudiado el historiador italiano Alessandro Portelli, es comúnmente el recurso del poder que muchas veces se apropia de la memoria de las personas. La causa del conflicto mapuche, nos podemos preguntar, está en el radicalismo de los jóvenes mapuches que ha conducido al espiral de represión policial o está en la negativa permanente de la sociedad chilena expresada en el Congreso Nacional de aprobar la Reforma Constitucional que reconoce a los Pueblos Indígenas de Chile con todo lo que ello implica y significa. Portelli desarrolla esta importante y compleja discusión histórica en el famoso caso de “La masacre de las fosas Ardentinas” en Roma en que se asesinan a decenas de prisioneros como reacción a un ataque de la guerrilla antifascista a las tropas alemanas. En la memoria del pueblo de Roma, dice en su libro “La Orden ya fue ejecutada” quedan muchas veces culpabilizados los partisanos de haber provocado al poder. Pero lo que demuestra con el paso del tiempo es que la decisión estaba ya anteriormente tomada, y quizá ejecutada.

Diciembre del 2007


*Este artículo fue escrito el año 2007 y publicado por la Revista Italiana Limes.

[1] Durante el año 2006, hemos realizado estudios en varias comunas del sur de Chile donde se percibe que la propiedad ha seguido más los sistemas tradicionales de herencia que las normas legales del sistema de propiedad privada. De 120 casos estudiados, solamente 44 propietarios tienen sus títulos de propiedad de acuerdo con la legislación. La mayoría no los tiene. Esto expresa una ruptura en un aspecto determinante con el sistema jurídico legal chileno.


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